miércoles, 28 de agosto de 2013

Tendencias desordenadas y lucha personal (y 2) [José Martí]

Erróneamente -y casi siempre, culpablemente- se considera que todas las religiones son iguales, que todo el mundo es cristiano, lo sepa o no lo sepa, lo quiera o no lo quiera; y que, por lo tanto, todas las personas se van a salvar, con independencia de lo que hagan o crean, incluso aun cuando no crean. El infierno es una fábula, el pecado es un cuento, Jesucristo no resucitó en realidad ni está verdadera y realmente presente en el Sagrario; se niega la virginidad de María y la necesidad de los sacramentos. En definitiva, estamos en un mundo pagano, un mundo que, en su conjunto, ha perdido la fe, lo que reviste una gravedad mucho mayor que en los antiguos paganos, pues ellos desconocían a Jesucristo. Es por eso que dice el Señor: "Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22).

No es lo mismo vivir en gracia que vivir en pecado: "El que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8,34). "Cada uno de nosotros dará cuenta de sí mismo ante Dios" (Rom 14,12). Si todo diera igual, ¿por qué dice Jesús: "Yo soy el que escudriña los corazones y las entrañas y os daré a cada uno según sus obras" (Ap 2, 23). Y más adelante: "Mira, he aquí que vengo pronto, y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras" (Ap 22,12) Las citas se pueden multiplicar, pero en todas ellas está muy claro que no todos se salvarán. Y esto está dicho por el mismo Jesucristo, que es el fundador de la Iglesia e Hijo del Dios vivo. Cuando les explica a sus discípulos la parábola de la cizaña, les dice: "Del mismo modo que se reúne la cizaña y se quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y apartarán de su Reino a todos los que causan escándalo y obran la maldad, y los arrojarán en el horno del fuego. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos que oiga" (Mt 13, 40-43).

Está más que demostrado que el que se deja llevar por sus pasiones desordenadas se destruye a sí mismo y se queda aún más vacío que estaba. Y es que el ser humano ha sido creado para la inmortalidad: Nos hiciste, Señor, para Tí; y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Tí. Así se expresaba San Agustín, cuya fiesta se celebra hoy, indicando con ello que nada finito nos puede saciar. Hemos sido creados con capacidad para lo infinito. Y puesto que sólo Dios es infinito, sólo en Dios podemos tener nuestro descanso, nuestra felicidad, nuestra alegría y mucho más de lo que podamos desear o soñar, según está escrito: "Ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que Dios tiene preparadas para aquellos que le aman" (1Cor 2,9).



Las cosas, por buenas que sean, nunca son capaces de saciar nuestro corazón. Y mucho menos en el caso de ser malas. Ni el dinero, la fama, el poder, las drogas o el sexo, son capaces de llenar a una persona. Todo lo contrario: cuanto más se tiene, más se quiere... y más vacía se queda una persona. El que peca es un verdadero esclavo; y lo que es peor, incapaz de salir de esa esclavitud que le domina, si no es con ayuda y con una voluntad férrea.. Es un enfermo del alma y, con frecuencia, también del cuerpo, dada la unión sustancial cuerpo-alma que se da en el hombre... Aunque nunca debe perderse la esperanza: "Dios, nuestro Salvador, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4). 

Pero, eso sí, cuenta con nosotros. Nunca nos salvará en contra de nuestra voluntad, pues el amor no puede imponerse. Debemos demostrarle que le queremos y para ello, si es que de verdad queremos cambiar y estar junto al Señor, y que Él esté con nosotros, tenemos que actuar como enseñaba San Pablo a Timoteo, cuando le decía:  "si nos fatigamos y luchamos es porque tenemos puesta la esperanza en el Dios vivo" ( 1 Tim 4, 10a); o, incluso mejor, seguir el consejo que daba a los Filipenses,  cuando les hablaba de su deseo de alcanzar a Cristo: "No es que ya lo haya conseguido... sino que continúo esforzándome, por ver si lo alcanzo, puesto que yo mismo he sido alcanzado por Cristo Jesús" (Fil 3,12). Así que "...olvidando lo que queda atrás, una cosa intento: lanzarme hacia lo que tengo por delante, correr hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios nos llama desde lo alto por Cristo Jesús" (Fil 3,13-14). Y, mientras tanto, sólo queda esperar:

Algún día será
en que pueda, por fin, ver a mi amado.
Mas, ¿cuándo ocurrirá,
cuándo será saciado
en Él, mi corazón atormentado?

EM núm 18

Todo lo que Dios ha creado es bueno. En particular, lo es el hombre "creado a imagen y semejanza de Dios" (Gén 1,26) En la medida en la que nos asemejemos a Dios y seamos imagen suya, en esa misma medida seremos las personas que estamos llamados a ser, aquellas en las que Dios pensó cuando nos dio el ser. Puesto que Dios es Amor, esa semejanza radica precisamente en el amor. Hemos sido creados para amar. Sólo en el amor, entendido éste como entrega de sí mismo al otro, en perfecta reciprocidad amorosa (amar y ser amado), puede la persona encontrar su verdadera realización como tal persona.

El amor, así entendido, sí que es capaz de proporcionar auténticas satisfacciones; el verdadero amor nunca nos deja vacío o tristes. Por supuesto cuando se ama se sigue con ganas de seguir amando, pues sólo lo infinito, que es Dios, puede dar sosiego a nuestro espíritu (según la conocida frase de San Agustín); y alcanzarlo no acaba de lograrse nunca, pero siempre queda uno con ansias de seguir luchando y buscando Está claro que la plenitud del amor, la satisfacción completa, no tiene lugar en esta vida. Tenemos que esperar hasta que la entrega completa, en totalidad, sea posible, lo que ocurrirá únicamente cuando nos llegue la hora de rendir cuentas a Dios, a Aquel que tanto nos ama y del que estamos enamorados. Esa es la razón por la que en la Biblia se dice:"Preciosa es a los ojos del Señor la muerte de sus santos" (Sal 116,15)

La pregunta, que queda en el aire, es: ¿Cuántos son los que están dispuestos, hoy en día, a amar a Dios de esta manera? La respuesta, aunque es personal, tiene, sin embargo, una gran trascendencia, pues de ella va a depender, en gran medida, la salvación de mucha gente (y la nuestra propia). El mundo de hoy necesita de santos auténticos. Ante lo cual sólo nos queda seguir la recomendación del mismo Jesús, quien ante el problema real (¡ya entonces!) de que "la mies es mucha, pero los obreros pocos", acto seguido añadió: "Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc 10,2)

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