martes, 8 de abril de 2014

La venida de Dios al mundo (2 de 4) [José Martí]


5 de 7 (anexo 1)
6 de 7 (anexo 2)
7 de 7 (anexo 3)

B. LA VENIDA DEL REDENTOR Y EL RECHAZO DEL MUNDO


Viniendo a este mundo, el Hijo de Dios (Dios mismo) nos dio a conocer cómo era realmente Dios (no la idea que nosotros nos pudiéramos fabricar acerca de Dios, que no tiene nada que ver con la realidad de Dios): "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, Él mismo lo dio a conocer" (Jn 1,18). Lo tremendo es que que "el mundo se hizo por Él"; y, sin embargo, "el mundo no le conoció" (Jn 1,10).  "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron"(Jn 1,11). De nuevo tenemos el rechazo a Dios. ¿Por qué ese rechazo? Parece ser que la idea que el hombre se hace de Dios (el dios que imagina y fabrica la mente humana) está en las antípodas del Dios real. Se cumple aquí el oráculo del Señor, vaticinado por el profeta Isaías: "Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos" (Is 55,8). La profecía de Isaías referente al Mesías prometido (Is 53) tiene su perfecto cumplimiento en  Jesucristo, de quien dice que "fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados: el castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus llagas hemos sido curados" (Is 53,4-5), lo que está en perfecta coherencia con lo que anunciaba San Pablo, hablando de Jesucristo: "Mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles" (1 Cor 1, 22-23).


Afortunadamente, "a cuantos le recibieron les dio la potestad de ser hijos de Dios, a los que creen en su Nombre, que no han nacido de la sangre ni del querer del hombre, sino de Dios" (Jn 1, 12-13); por eso continúa diciendo San Pablo que "para los llamados, tanto judíos como griegos, es Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1,24). Nuestra fe ha de fundarse "no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1 Cor 2,5). "Hablamos -continúa diciendo San Pablo- una sabiduría divina, misteriosa, oculta ... esa que ninguno de los príncipes de este mundo conoció, pues de haberla conocido, no hubieran crucificado al Señor de la gloria" (1 Cor 2, 7-8). 


De nuevo la cruz como escándalo y locura; no cualquier cruz sino la cruz de Jesucristo, que nos revela el pensamiento de Dios; un pensamiento que sigue siendo rechazado, porque no se puede entender, razonando a lo humano. De nuevo, como Adán y Eva, queremos ser nosotros los que decidamos acerca del bien y del mal. De nuevo el rechazo a Dios, manifestado en Jesucristo; un rechazo que ahora es mucho más grave:
"Si no hubiera venido ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado" (Jn 15,22). De nuevo el rechazo al Amor, que en eso consiste el pecado, causa de todos los males; y en concreto el odio a Jesucristo. Y, sin embargo: "Quien me odia a Mí, odia también a mi Padre" (Jn 15,23). No hay otra posibilidad para llegar a Dios si no es en Jesucristo: Quien rechaza a Jesucristo, rechaza a Dios. [Aquí radica la diferencia esencial entre el catolicismo y el conjunto de las demás religiones. Y de aquí procede esa verdad tan desconocida (culpablemente) de que "fuera de la Iglesia no hay salvación"; pues la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo: no tiene sentido decir que se quiere a Cristo pero no se quiere a su Iglesia: es una contradicción. La Iglesia puede estar enferma en sus miembros, pero sigue siendo la verdadera Iglesia, y sólo en ella es posible la unión con Jesucristo y, por lo tanto, la salvación. Y ésta es también la razón por la que no tiene ningún sentido hablar del diálogo interreligioso, sino que habría que hablar de conversión. No obstante, no quiero salirme del tema] 


El mundo no puede entender el mensaje de la cruz; le está vedado; no puede comprender que la gran victoria de Dios esté unida al sacrificio de Cristo en la cruz. Y, sin embargo, ésa es, precisamente, la auténtica manifestación de cómo es Dios realmente, tanto en Sí mismo ["Dios es Amor" (1 Jn 4,8)] como en relación con nosotros [Jesucristo "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el fin" (Jn 13,1), llevando a su cumplimiento las palabras que les había dicho antes a sus discípulos: "Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos..." (Jn 15,13-14).]


Y por si aún quedase alguna duda acerca de la importancia de la cruz como esencial al Cristianismo, no tenemos más que recordar que cuando Cristo se apareció a los discípulos de Emaús, recién resucitado, les dijo precisamente: "Necios y torpes de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas. ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria?" (Lc 24,25-26). "Y comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a Él" (Lc 24,27). Y este mensaje no cambia, porque es palabra de Dios.




En esta vida, el sufrimiento y el amor van siempre unidos. Sólo ama de verdad a otra persona quien está dispuesto a todo por ella; ese estar dispuesto a todo conlleva "esfuerzo, sacrificio, olvido de sí, pensar siempre en lo mejor para el otro... en definitiva, la cruz". No hay otro camino, en esta vida, para manifestar la autenticidad de nuestro amor. Esto (que sabemos, además, por experiencia personal) nos fue anunciado por Jesús en infinidad de ocasiones; por ejemplo, cuando dijo: "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere produce mucho fruto" (Jn 12,24). 


La "muerte" a uno mismo no es algo triste. Así escribía San Pablo a los romanos: Estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11). Y a los colosenses: "Estáis muertos y vuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios" (Col 3,3). En términos bíblicos eso es la muerte: la entrega total de nuestra vida por amor al Señor (una entrega que se manifiesta en el tiempo, día a día, minuto a minuto). La muerte, así entendida, es sinónimo de amor, y de mano del amor va siempre la alegría. Este "morir" en Jesucristo es lo que nos da la Vida. Y es el que explica que se diga en los Salmos: "Es preciosa, a los ojos del Señor, la muerte de sus fieles" (Sal 116,15). 



(Continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.