jueves, 28 de julio de 2016

El Conmonitorio a cámara lenta. (1) INTRODUCCIÓN




He considerado conveniente escribir una serie de entradas en las que he seleccionado algunos puntos del Conmonitorio, ese libro de San Vicente de Lerins, que no es otra cosa que unos apuntes para conocer la verdadera fe verdadera y no extraviarse. Hoy en día tienen aún más validez que cuando fueron escritos. [El formato es personal]

INTRODUCCIÓN 

1. Dado que la Escritura nos aconseja: "Pregunta a tus padres y te explicarán, a tus ancianos y te enseñarán" (Dt 32, 7). "Presta oídos a las palabras de los sabios" (Prov 22, 17). Y también: "Hijo mío, no olvides estas enseñanzas, conserva mis preceptos en tu corazón" (Prov 3, 1), a mí, Peregrino, último entre todos los siervos de Dios, me parece que es cosa de no poca utilidad poner por escrito las enseñanzas que he recibido fielmente de los Santos Padres


Para mí esto es absolutamente imprescindible, a causa de mi debilidad, para tener así, al alcance de la mano, una ayuda que, con una lectura asidua, supla las deficiencias de mi memoria

Me inducen a emprender este trabajo, además, no sólo la utilidad de esta obra, sino también la consideración del tiempo y la oportunidad del lugar. 

En cuanto al tiempo, ya que él nos arrebata todo lo que hay de humano, también nosotros debemos, en compensación, robarle algo que nos sea gozoso para la vida eterna, tanto más cuanto que ver acercarse el terrible juicio divino nos invita a poner mayor empeño en el estudio de nuestra fe; por otra parte, la astucia de los nuevos herejes reclama de nosotros una vigilancia y una atención cada vez mayores

En cuanto al lugar porque, alejados de la muchedumbre y del tráfago de la ciudad, habitamos un lugar muy apartado en el que, en la celda tranquila de un monasterio, se puede poner en práctica, sin temor de ser distraídos, lo que canta el salmista: "Descansad y ved que Yo soy el Señor" (Sal 45, 11).

Aquí todo se armoniza para alcanzar mis aspiraciones. Durante mucho tiempo he sido perturbado por las diferentes y tristes peripecias de la vida secular. Gracias a la inspiración de Jesucristo, conseguí por fin refugiarme en el puerto de la religión, siempre segurísimo para todos. Dejados atrás los vientos de la vanidad y del orgullo, ahora me esfuerzo en aplacar a Dios mediante el sacrificio de la humildad cristiana, para poder así evitar no sólo los naufragios de la vida presente, sino también las llamas de la futura.

Puesta mi confianza en el Señor, deseo, pues, dar comienzo a la obra que me apremia, cuya finalidad es poner por escrito todo lo que nos ha sido transmitido por nuestros padres y que hemos recibido en depósito.

Mi intento es exponer cada cosa más con la fidelidad de un relator, que no con la presunción de querer hacer una obra original. No obstante, me atendré a esta ley al escribir: no decirlo todo, sino resumir lo esencial con estilo fácil y accesible, prescindiendo de la elegancia y del amaneramiento, de manera que la mayor parte de las ideas parezcan más bien enunciadas que explicadas.

Que escriban brillantemente y con finura quienes se sienten llevados a ello por profesión o por confianza en su propio talento. En lo que a mí respecta, ya tengo bastante con preparar estas anotaciones para ayudar a mi memoria, o mejor dicho, a mi falta de memoria.

No obstante, no dejaré de poner empeño, con la ayuda de Dios, en corregirlas y completarlas cada día, meditando en lo que he aprendido. Así, pues, en el caso de que estos apuntes se pierdan y vayan a acabar en manos de personas santas, ruego a éstas que no se apresuren a echarme en cara que algo de lo que en estas notas se contiene espera todavía ser rectificado y corregido, según mi promesa.


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