lunes, 30 de mayo de 2016

EL RECHAZO DE LA CRUZ ES EL RECHAZO DEL AMOR Y DE LA ALEGRÍA [José Martí]

Imagen de Cristo sonriente 

El amor, en esta vida, va necesariamente unido al sufrimiento. Esto podemos verlo en infinidad de pasajes evangélicos: "Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto"(Jn 12, 24) . "El que quiera ganar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi amor, la encontrará" (Mt 6, 25) "Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mc 8, 34)

La cruz es el signo del cristiano. Pero es muy importante tener en cuenta que lo esencial en la vida cristiana no es el sufrimiento en sí, sino el sufrimiento junto a Jesús, el sufrimiento por amor. Lo único que da sentido al sufrimiento es el amor. En nuestro caso concreto, el sufrimiento cristiano tiene el mayor de los sentidos porque es la expresión del máximo amor posible. Un cristiano nunca sufre en solitario, sino que su sufrimiento es siempre con Jesús, y en Jesús y por Jesús. Lo único importante es el amor a Jesús, nuestro Maestro y nuestro Amigo. Todo lo demás es accesorio y, en realidad de verdad, todo lo que no sea amar a Jesús es tiempo perdido. ¿Qué ocurre? Pues que la demostración de la autenticidad del amor pasa siempre por la cruz. No hay otro camino.

Y este compromiso con Jesús conlleva trabajo, esfuerzo, ilusión, ..., cruz en definitiva. El que huye de la cruz huye de Dios. De ahí que la cruz debe ser amada, no en sí misma, sino sólo en tanto en cuanto es la cruz de Cristo, que es Aquel a quien amamos y por quien nos jugamos la vida igual que Él hizo por nosotros.

Por eso decía al principio que nadie en su sano juicio quiere sufrir. Ahora bien, si se sufre con Cristo, si al sufrir estamos participando del sufrimiento redentor de Jesucristo, porque formamos con Él un solo cuerpo, entonces esos sufrimientos nuestros son también sufrimientos suyos. Cuando un miembro se conduele todo el cuerpo se conduele. Y cuando un miembro se alegra todo el cuerpo se alegra. Si estamos con Él -y Él está con nosotros- cualquier cosa que nos ocurra siempre será buena, aunque mirada con criterios meramente humanos no lo parezca. La desgracia más grande es, por eso, el pecado, porque nos separa de Aquél que es nuestro mejor Amigo; en realidad, nuestro único amigo, pues no hay verdadera amistad entre dos personas si no está fundamentada en Él.

Frente al "misterio de iniquidad" que es el pecado (2 Tes 2, 7), no hay nada, humanamente hablando, que pueda hacerle frente. Se requiere de otro misterio, más grande aún, que es el "misterio de Amor", del amor que -increíblemente- Dios nos tiene, a todos y a cada uno, pues "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8) y, como dice san Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20)

Esa -y no otra- es la razón por la que Jesús dijo a Pedro, cuando éste quería separarlo de su Camino (ligado a la cruz): "¡Apártate de Mí, Satanás, porque eres para Mí motivo de escándalo!, porque no gustas las cosas de Dios sino las de los hombres" (Mt 16, 23) Y al diablo: "No tentarás al Señor, tu Dios" (Mt 4, 7).
Como digo, el misterio de iniquidad, que es el pecado, es superado por el misterio del Amor de Dios, hecho realidad palpable en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Este misterio del Amor de Dios, del que hemos sido hechos partícipes, por pura gracia, debe llevarnos a un cambio radical en nuestra vida, hasta el punto de estar dispuestos a morir antes que negar al Señor. Decía san Pablo: "Con Cristo estoy crucificado; y vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2, 20). Y también: "Habéis muerto y vuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios" (Col 3, 3)

El misterio de la muerte y Pasión de Cristo, por amor, es la esencia del Cristianismo y se hace realidad diariamente, en cada Misa. Por eso la Santa Misa es el centro de la vida cristiana, pues en ella se hace presente, aquí y ahora, aunque de modo incruento, lo que tuvo lugar allí y entonces. No como recuerdo, ni como memoria, sino real y verdaderamente. El único Sacrificio de Cristo en la Cruz se actualiza (sin repetirse) en la Santa Misa. Este carácter sacrificial de la Misa es desconocido por una inmensa cantidad de cristianos, porque nadie se lo ha explicado ... y la Misa ha quedado reducida a una mera celebración comunitaria, ha quedado -por así decirlo- protestantizada. 


Se entiende ahora por qué san Pablo, con lágrimas en los ojos, dijera, ya entonces: "Hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su fin es la perdición, su dios es el vientre y su gloria la propia vergüenza, porque ponen el corazón en las cosas terrenas" (Fil 3, 18-19)Una inmensa mayoría de católicos no conoce, en realidad, la doctrina católica y no conoce, por lo tanto, a Jesús; lo que es una gran desdicha de la que ni siquiera, por desgracia, suelen ser conscientes los mismos que la padecen. Y todo ello por la escasez de buenos pastores en la Iglesia. Son muchos los que hacen un uso fraudulento de la palabra de Dios, tergiversándola o callando verdades verdades fundamentales de la fe, con lo que el cristiano de a pie queda confundido ... y es que lo que se le predica no es la Palabra de Dios.

No se predica, por ejemplo, el mensaje de la Cruz y la existencia y la gravedad del pecado. La Iglesia se ha hecho "mundana" en muchos de sus miembros (incluyendo gran parte de la Jerarquía). Es difícil de explicar cómo hemos llegado a esta situación ... aunque, por otra parte, si bien se piensa, es algo que se veía venir, sobre todo a partir del Concilio Vaticano II el cual tiene sus cosas buenas y muy buenas, todo hay que decirlo. Pero, por desgracia, casi todos sus documentos están escritos en un lenguaje modernista, es decir, ambivalente y ambiguo, de modo que puede dar lugar -como de hecho ocurrió- a interpretaciones no sólo  diferentes, sino contrarias, de la palabra de Dios ... lo cual nunca había ocurrido en la Iglesia hasta ese momento. 

Por sus frutos los conoceréis -decía el Señor. Y los frutos que observamos -que padecemos- desde hace cincuenta años, no son buenos: todos lo sabemos. Por eso hay tanta división en el seno de la Iglesia. Y vuelven a cumplirse, otra vez, las palabras de Nuestro Señor: "Todo reino dividido contra sí mismo queda desolado; y cae casa sobre casa" (Lc 11, 17). 

Esto es justamente lo que está ocurriendo hoy en la Iglesia, en un proceso que va a más y que amenaza con destruirla, si Dios no lo remedia. Ponemos, pues, de nuevo, nuestra confianza en Dios y en la Virgen María, nuestra Madre, para que ayude a este mundo y a la Iglesia a salir de la gravísima situación en la que se encuentran.


José Martí

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